El Nuevo
Murió el domingo
Se fué el Pampa Carranza, uno de los últimos jinetes del partido
Aunque su nombre se hizo conocido sobre todo pr su destacada actuación en jineteadas, en realidad el Pampa fue de oficio resero, tal vez el más criollo y antiguo de los oficios del hombre de a caballo
Falleció este domingo, a la edad de setenta y dos años, el reconocido domador y resero rojense Raúl “Pampa” Carranza.
Raúl Carranza, el Pampa, aunque ya estaba retirado como resero y domador, no dejó, en sus últimos años, de cosechar halagos en reconocimiento a su extensa trayectoria.
El Pampa Carranza fue distinguido en distintas oportunidades como uno de los mejores jinetes de su época; homenaje justo, que hace honor a una época y a un oficio hoy casi extinguido: el de resero; y a una profesión tal vez tergiversada: la de domador. Y quepa aquí la disgresión: es necesario explicar que una domada no es una jineteada; la domada es trabajo, la jineteada deporte. Pero sólo puede jinetear quien sea “de a caballo” de profesión.
Fue el caso del Pampa Carranza, por supuesto, que de resero y domador se hizo jineteador y deslumbró en criollas festividades tanto en el país como en el exterior, integrando verdaderos seleccionados de jinetes que cosecharon títulos y honores en nuestro país y en el exterior.
Estaba casado con Morma González; fueron sus hijos: Lucía Luján Carranza, Marisel Carranza y Facundo Maximiliano Carranza; sus hijos políticos: Roberto Tissera, Nelson Ferrario y Claudia Velázquez; sus nietos: Josiana, Franco y Bautista Tisera, y María del Rosario y Alejo Ferrario; sus hijos en el afecto: Antonela Obregón, y Paola y Roberto Liscal. Completaban su entorno familiar sus hermanos: Betty C. de Orduna y Elsa Carranza.
Los restos del Pampa fueron inhumados ayer lunes a las 15.30, en el cementerio municipal.
EL PAMPA, EN SUS PROPIAS PALABRAS
Estas son algunas frases que el Pampa nos dejó en algunos de los tantos reportajes que, en homenaje a su condición de distinguido jinete, este diario le realizó en los últimos años.
“Me llaman el Pampa casi de nacimiento. Un amigo de mi papá, cuando se enteró que yo había nacido, le dijo, ‘este es un pampa…’, como diciendo un indio pampa, y me quedó para siempre…”.
“Empecé a montar a los trece o catorce años; comencé a andar en los caballos que domaba papá, redomones, en los que iba a la escuela. Casi como una diversión… Después ya comencé a tratar con gente de a caballo. Cuando sos resero, tenés que andar a caballo sí o sí”.
“Es como todo trabajo: para nosotros era una alegría, una satisfacción. Cuando estábamos en nuestras casas, extrañábamos el trabajo, y nos preparábamos para salir en otro arreo. He realizado arreos de hasta noventa y tres días, de hacienda de La Martona: salimos como diez y al final quedamos tres, nada más, porque algunos se cansaban y se iban. Yo quedé porque iba con mi padre, y me tuve que quedar a la fuerza… (risas)…”
“Como siempre había algún caballo que había que domar, así empecé, a los dieciocho años. Me dejaron hacerlo a esa edad porque en una doma, si no tenías libreta, si no eras mayor, no te dejaban, por si estropeábas. Así que a los dieciocho empecé. A los diecinueve años fui a Montevideo, a un campeonato, y por suerte salí campeón. Y así seguí…”
“En aquellos tiempos teníamos una comisión para organizar los viajes al exterior, como Uruguay y Brasil, incluso tuvimos oportunidad de ir a España, pero no se arregló porque era muy caro el seguro. Así que esa comisión eligió una especie de selección de los mejores domadores: estábamos con Lucero, Echániz, Zapata. Antes era completamente diferente a lo de ahora, y lo voy a decir “en paisano” y el que lo entiende, lo entiende: antes las riendas se agarraban derechas, y ahora se atan a la mano, para que no se escapen. En mis épocas se utilizaba el cuero en la cruz, un cuero de oveja doblado en cuatro, que se ataba a la cruz del caballo; era chiquitito, parecía una alpargata. Ahora se usa la “gurupa” (también llamada grupa surera), que es más grande y alta. Y nosotros siempre con las riendas lisas. Ha variado mucho la cosa. Y antes se usaba la encimera sola, sin bastos ni nada; ahora se usan bastos y encimera. A clina limpia se mantiene igual. Y otra diferencia es que antes para sacar premio tenías que ir bien sentado en el recado: cuando el caballo te sacaba o te ladeabas del recado quedabas afuera. Ahora hay chicos que, vos lo ves, quedan en el suelo, se vuelven a levantar o vuelan del recado y capaz que sacan premio… (se ríe)…”
“Yo estuve muchísimas veces estropeado, pero siempre había dicho que hasta que un caballo no me pudiera voltear, sin darle pelea, no iba a dejar. Y así fue. Había ido a Chivilcoy, un domingo antes, y al domingo siguiente se hacía en Chacabuco. Allí me volteó un caballo al lado mismo del palo. Cuando vine a mi casa le dije a mi familia que no montaba más, y así fue, no monté más. Tenía cincuenta y seis años. Tuve varias caídas bravas: en una quedé colgado del estribo y el caballo me arrastró: estuve un mes en cama, luego de estar quince días sin conocimiento. Recuperarme me llevó cuatro meses, fácil… Es riesgoso; es el único deporte en que el hombre no puede dominar. En boxeo, si un boxeador está cobrando demasiado se deja caer y ya está; en automovilismo, si vas demasiado rápido, levantás el pie y listo. Pero en la jineteada, cuando el caballo salió del palenque… Es el caballo o vos. Vos lo querés dominar y el caballo te quiere voltear. Es a muerte. Es un deporte bravo, la verdad…”
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