Los Andes (Argentina)
La Fundación Cullunche y alumnos de Veterinaria revisaron los animales que trasladan a los niños de la escuela de La Majada, Lavalle. Llevaron juguetes y material didáctico.
Moreno / Los Andes
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domingo, 29 de noviembre de 2009
Cuando los voluntarios de la Fundación Cullunche se enteraron de que los carros que habían entregado los carreteleros de Godoy Cruz habían sido llevados a una escuela de Lavalle, decidieron visitar el lugar.
Con un grupo de alumnos de la Facultad de Veterinaria de la Universidad Maza, llegaron hasta La Majada, una localidad del secano ubicada a 133 kilómetros de la Capital, para controlar el estado de salud de los equinos y entregar el manual de trato correcto del animal de trabajo. Además, llevaron juguetes, material didáctico y fardos de alfalfa.
La escuela 1-736 sin nombre, de La Majada, fue creada en marzo del año pasado. Hasta entonces, los niños de los puestos cercanos asistían a distintos
colegios albergues. Ahora, pueden volver diariamente a sus hogares y estar con su familia, pero deben viajar hasta 17 kilómetros para llegar al
establecimiento escolar.
Muchos de los 32 alumnos caminan hasta la ruta 142 para que alguien los acerque al kilómetro 95, donde se encuentra el camino de ingreso a la escuela. Otros
utilizan caballos. Por eso, en el entorno del pequeño edificio se observa una docena de equinos atados a la sombra parcial de algún arbusto, a la espera de
que los niños terminen la jornada escolar.
Janet Lucero (7) y su hermano Jesús (9) recorren los 12 kilómetros entre su casa, en el puesto San Ramón, y la escuela montados en Medialuna, y a veces
llevan un morral con maíz para que coma mientras ellos estudian. Jesús explica que lo están cuidando mucho porque va a correr el 11 de diciembre, para la
fiesta de fin de año, en la que se organizan peñas y carreras.
Pero en general, la gente de la zona tiene problemas para alimentar a los equinos. Muchos los sueltan para que vayan a buscar vegetación y vuelvan un par de
días después. Por eso, explica Yésica González (14), a veces ella y sus tres hermanos van a caballo y otros días en burro, dependiendo de qué animal ha
salido a alimentarse.
Mauricio Molina, papá de Agustín (7), cuenta que tiene que comprar pasto y vitaminas en Costa de Araujo para darle a «El paraguayo». En cambio, cuando llega
la época del algarrobo, que dura unos tres meses, toman más caballos porque pueden darles el fruto de este árbol y después vuelven a soltarlos. Otro problema
es la falta de agua, aunque la mayoría tiene un jagüel, donde se acumula cuando llueve, o un pozo-balde, del que extraen líquido con la ayuda de los
animales.
Precisamente, Jennifer Ibarra, de la Fundación Cullunche, destacó que se nota que cuidan a los caballos, pero también que están flacos. Por eso, comentó que
tienen planeado volver periódicamente para hacer un seguimiento de su estado sanitario, pero también para llevar fardos de alfalfa como suplemento
alimentario.
Los alumnos de la carrera de Veterinaria llenaron las fichas que se elaboraron para el Programa de Atención Primaria de los equinos de los carreteleros y
registraron los datos básicos de cada animal, como su peso y estado general. También se los vacunó, sacó sangre e hicieron estudios para determinar si tienen
parásitos. Además, se les entregó a los maestros el Manual para el Trato Correcto del Equino de Trabajo, para que lo analicen en el aula.
Los voluntarios aprovecharon el viaje para llevar juguetes y material didáctico. «Trabajamos con la fauna, pero quien se preocupa por los animales también lo
hace por las personas», explicó Ana Médico, quien con su esposo colaboran con la fundación y disfrutaron ver cómo los niños se divertían con los camiones de
plástico o madera y un barrilete que el viento de la zona levantó bien alto.
Dos turistas de Nueva Zelanda, Paula y Chris Powlesland, se sumaron a la actividad con Esteban Actis, amigo de los participantes, y se sorprendieron de que
los alumnos realicen prácticas en campo y ofrezcan un beneficio compartido a la comunidad. También hicieron una donación para que se pueda reparar un motor.
Sandra Conte – sconte@losandes.com.ar
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